Boletín Oficial de la Comunión Tradicionalista Carlista de Navarra

miércoles, 15 de noviembre de 2017

155: Tomadura de pelo

OPINIÓN


OFRECEMOS una opinión fundada en la experiencia, la observación, y en la lucha para lograr que se escuche la voz de la Cataluña de siempre.
Pocos -o ninguno- lo han dicho tan bien como el dr. Barraycoa, tan ligado a la asociación civil SOMATEMPS.

155: Tomadura de pelo
Opinión/ 15 noviembre, 2017

Cómo aplicar el 155 en 55 días. Este también podría ser el título del artículo pero nos decantamos por el que encabeza esta columna por su claridad evidente. Los oprimidos tienen una extraña propensión al optimismo, especialmente al menor atisbo de posibilidad de cambio de su triste condición. Deben ser los restos de mesianismo cultural que aún quedan a modo de poso de nuestra alma colectiva. Cuando el Gobierno español decidió aplicar artículo 155 de la Constitución, no faltaron entusiastas que creyeron ver la tierra prometida y soñar con la llegada a un nuevo país donde manaría leche y miel. Igualmente no le faltó claca al presidente de Gobierno ni medios de derechas que le hicieran la ola, a la par que el fariseísmo nacionalista se rasgaba las vestiduras. Pero pocos se acordaron que a Moisés no le estuvo permitido, tras atravesar el desierto, entrar en el reino prometido.
A moisés no se le concedió tiempo vital para tal gracia, al igual que el Gobierno ha robado la esperanza de muchos catalanes de ver resuelto el drama que vivimos desde hace décadas. Rajoy no sólo ha aplicado el 155, sino que le ha dado la marcha atrás a un cronometro electoral que acabará su recorrido el 21 de diciembre. Los aduladores con Tribuna en los grandes periódicos alabaron esta decisión como una genialidad estratégica digna de Rommel o Patton e hicieron de voceros de la inminente salvación definitiva de Cataluña. A otros, simplemente se nos quedó cara de tontos al contemplar la incapacidad de la ciudadanía de enjuiciar lo que es una de las mayores tomaduras de pelo, y un nuevo agravio, que debemos sufrir los catalanes. Los pocos días desde la aplicación del 155 han dado para mucho y para poco.
Para mucho, lo ha sido en el sentido que el gobierno ha podido adoptar estrategias para evitar el colapso institucional de los efectos de la DUI. Recordemos que el 17 de octubre, la jueza Lamela decidía encarcelar a los “jordis” y el 21 de octubre se aprobaba la aplicación del 155. Los inocentes aplausos en un sector de la población oprimida por el nacionalismo se trocaron en terror en los despachos de la Moncloa, especialmente cuando el 2 de noviembre la jueza Lamena también dictaba prisión incondicional como medida cautelar contra medio gobierno autonómico catalán que aún permanecía en suelo patrio.
No haya nada que produzca más espanto a los políticos que dicen defender la independencia judicial, que encontrarse con un juez que ejerza el principio de la separación de poderes. La prisión de Junqueras, y adláteres, desmontaba la estrategia de Rajoy: aparecer ante la opinión pública conservadora como el salvador de España y convocar unas elecciones apresuradas elecciones para aprovechar el bajón psicológico de las huestes nacionalistas. Era una estrategia que le permitiría salirse del avispero catalán proclamando el 155 sin haberlo aplicado. Un logro más para la fama de los gallegos. Pero un escenario con potenciales candidatos en la cárcel lo cambia todo. Los sondeos no favorecen al PP; como por arte de birlibirloque el PSC resucita de la nada incorporando de la chistera a los camisas viejas de Unió Democrática y en el PP aún no se explica porque los democristianos no han llamado a su puerta; la audiencia de TV3, que estaba en estado de shock, empieza a remontar de forma galopante; la CUP decide presentarse, contra todo pronóstico para unos antisistema, a unas elecciones del sistema y Puigdemont sigue vivito y coleando comiendo mejillones en Bruselas y acaparando portadas. La única gran ocurrencia del Gobierno ante tal desborde de malas noticias ha sido arrebatar el caso a la jueza Lamela y desde ahí intentar controlar la situación; léase, conseguir que los Junqueras, y demás, hagan una campaña desde la calle, que eso da menos votos que desde el presidio. Ya se sabe que los catalanes somos muy melancólicos y ver llorar a la Forcadell o a Junqueras desde la cárcel puede llenar urnas, y esta vez de verdad.
Y, como decíamos, el 155 ha dado también para poco, para muy poco. Más bien ha dado para casi nada. El potencial electorado catalán que por cuestión de principios y coherencia moral, no puede participar de los postulados electorales de los partidos llamados constitucionalistas (cuestiones de aborto, anti-bioética e ideología de género están impresos en fuego en sus programas), se encuentra huérfanos de candidatura. No ha habido tiempo de articular otra vía electoral frente al separatismo que recoja el entusiasmo de muchísimos catalanes que han salido a la calle y no gracias precisamente a los partidos constitucionalistas. Los plazos impuestos por el gobierno lo han imposibilitado y nuevamente estamos ante un escenario cercado por la partitocracia. Ello posiciona a muchos votantes en el grave dilema de votar contra su conciencia moral o dejar que el nacionalismo siga avanzando. La partitocracia se muestra especialmente descarnada cuando obliga a elegir entre un mal o un mal. La aplicación real del 155 hubiera exigido generosidad en algunos partidos y firmeza en el gobierno. Entre otras cosas se debía haber constituido un gobierno de concentración, la intervención real en materias transferidas –como la educación- con políticas a fondo y a largo plazo, apoyadas por reformas legales; limitar el gigantesco poder de adoctrinamiento de los medios públicos catalanes; corregir unas políticas de subvenciones dignas de un estado soviético y, por fin, retrasar el calendario electoral varios años. Es necesario normalizar ayuntamientos, Diputaciones, policía autonómica y delirantes políticas económicas que ha llevado a Cataluña a una quiebra técnica. Pero de todo esto, nada de nada. Ha sido aplicar el 155 y empezar la carrera electoral.
Mientras tanto, aún late una Cataluña que ahora ilusionada acabará abandonada a escasos meses de la celebración de las elecciones. Es una Cataluña viva pero que los partidos políticos ya están carburando cómo devolverla a sus cómodos sillones de casa. La política es para los  profesionales. A modo de ejemplo, de forma popular este fin de semana ha sido espectacular para el movimiento cívico hispánico-catalán: viernes 10 de noviembre, apoteósica concentración ante el Ayuntamiento de Sabadell para reclamar la reposición de la bandera española; sábado 11: marcha sobre el barrio de Vilaroja en Gerona para apoyar al vecindario más español de toda Cataluña y por la tarde concentración en Reus; domingo 12: manifestaciones patrióticas en Manresa y Lérida. Y la cosa continúa, este viernes hay convocatoria en Igualada, ante el Ayuntamiento, para pedir que también se reponga la bandera española y se anuncian más movilizaciones. Todo este más que meritorio esfuerzo ciudadano o bien ya ha sido manipulado como campaña preelectoral. Por ejemplo en la concentración de Sabadell, aparecieron a última hora lacayos de los partidos constitucionalistas para atribuirse la convocatoria de la concentración. De ello se hicieron eco todos los medios. Pero cuando los partidos no han podido controlar estas concentraciones, los actos han sido ignorados o maltratados por los medios “conservadores”.

En conclusión, no hay dos Cataluñas, hay tres: la nacionalista, la dominada por la partitocracia constitucionalista, y la que siendo catalana y no queriendo renegar de su españolidad pero tampoco de principios fundamentales, quiere encontrar su espacio. El 155 ha sido una medida ajustada e ideal para las dos primeras. Por el contrario, para la tercera, ha sido desengaño y tomadura de pelo.
Javier Barraycoa

Dr. en Filosofía y Sociología

Publicado en LaGaceta
Publicado en Somatemps

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